Duelo de titanes en la era Sengoku: Takeda Shingen vs. Uesugi Kenshin. Para progresar en la vida, nada mejor que tener un rival contra el que competir. Alguien a quien intentar superar cada día. O, al menos, eso piensan Japón. Si nos fijamos bien, las historias que nos llegan del país del sol naciente están llenas de parejas de personajes que viven por y para medir sus fuerzas el uno contra el otro: Mark Lenders y Oliver Athon, Ryu y Ken, Son Goku y Vegeta… Pues bien, todas estas rivalidades legendarias, tan del gusto nipón, tienen su antecedente histórico. Hablamos de Takeda Shingen y Uesugi Kenshin, dos caudillos samuráis, adversarios acérrimos, cuya particular relación ha servido de modelo a todas los que han venido detrás, en la historia y en la ficción. Ambos, dos de los generales más grandes de la era Sengoku, se enfrentaron hasta cinco veces en el campo de batalla, y cuenta la leyenda que incluso llegaron a batirse en duelo cara cara en una ocasión, en la llanura de Kawanakajima.
Takeda Shingen, señor de Kai, y su rival por destino, Uesugi Kenshin, señor de Echigo, son dos ejemplos de libro de lo que era un daimyo en la era Sengoku. Dos peces gordos de la Historia japonesa. De no haberlo hecho Nobunaga y sus sucesores, es bien posible que uno de estos dos hubiera sido quien finalmente acabara unificando Japón bajo su égida. Tanto Shingen como Kenshin fueron figuras de primer nivel en su época. Su poderío militar les permitió plantar cara a los mismísimos Oda Nobunaga y Tokugawa Ieyasu, e incluso derrotarlos en batalla en más de una ocasión.
El “juego de tronos” de la era Sengoku
El Japón de la era Sengoku, en pleno s. XVI, era un mundo de caos y violencia. Un complicado tablero de Risk en el que cualquier clan tenía posibilidades de alzarse con la victoria final. Ni el emperador ni el shogun, con un poder efectivo muy limitado, podían hacer gran cosa para controlar las ambiciones de los daimyo, señores de la guerra que actuaban prácticamente como soberanos absolutos de sus propios territorios. Poco a poco, estos daimyo independientes empezaron a pensar un poco más allá. A abrigar la ambición de poner fin a las guerras constantes y unificar el imperio bajo una sola autoridad. Como dice el viejo adagiochino, “tras estar largamente unido, el reino tiende a dividirse; tras estar largamente dividido, tiende a unirse”. Y eso es precisamente lo que iba a pasar.
Los Takeda y los Uesugi, linajes guerreros de rancio abolengo y larga tradición, iban a participar muy activamente en el juego de tronos del momento. Aunque los Takeda eran más agresivos, con Takeda Shingen incluso intentando marchar sobre Kyoto en alguna ocasión, los Uesugi también jugaron sus bazas con maestría en el gran tablero de ajedrez en el que se había convertido Japón. Aunque finalmente serían Oda Nobunaga y compañía quienes se llevaran el premio gordo, doblegar a estos dos formidables adversarios les iba a costar décadas de sangre, sudor y lágrimas.
Fieles a las costumbres samurái del momento, ambos caudillos emplearon gran variedad de nombres a lo largo de sus vidas. La cosa se agrava por el hecho de que, al llegar a cierta edad, a los dos les dio por tomar los votos y hacerse monjes, y la tradición dicta que aquel que se adentre en el camino de Buda debe abandonar todo lazo con su vida anterior y asumir un nuevo nombre. Con hábito o sin él, nuestros dos protagonistas siguieron haciendo lo que mejor sabían, o sea, guerrear y conquistar. Pero el nombre, aunque solo sea por las apariencias, sí que se lo cambiaron. Para no causarle a nuestros sufridos lectores más dolores de cabeza de los necesarios, aquí nos referiremos a ellos siempre de la manera en la que son más conocidos: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. Vamos a presentar a cada uno como se merece.
Uesugi Kenshin, el Dragón de Echigo
Uesugi Kenshin (1530 – 1578) nació en el seno del clan Nagao, una poderosa familia samurái de Echigo, en la parte central de Japón. Las tierras de Echigo estaban en disputa constante entre varias facciones, y las luchas de poder obligaron al jovencito Kenshin a criarse en un monasterio, lo más lejos posible de batallas y conspiraciones. Pero el destino del chaval no iba a ser pasarse la vida estudiando los sutras, retirado del mundo. Al cumplir los 14 años, antiguos servidores de su padre acudieron a él para que reclamara sus derechos en la enésima lucha por la sucesión del clan Nagao. Kenshin no pudo resistirse a la llamada de la sangre. Abandonando la paz del templo, se sumergió de cabeza en el violento maremoto de la era Sengoku. No le costó demasiado acabar con su propio hermano y sus partidarios en una serie de brillantes batallas. Aquel mozalbete había demostrado una destreza poco usual con las armas, y también iba a resultar ser un operador político igualmente sagaz. En pocos años, tuvo todo Echigo bajo su control.
Es entonces cuando va a chocar con el que sería su gran adversario, Takeda Shingen, un daimyo vecino cuyas ambiciones expansionistas amenazaban las fronteras de Echigo. Otros daimyo menores de la zona, presionados por la constante amenaza de los Takeda, acudieron a Kenshin en busca de ayuda, lo cual era justo la excusa que Kenshin necesitaba para enfrentarse a Shingen de manera abierta. Como consecuencia, el eterno pulso entre estos dos colosos les llevaría a batallar de manera constante en los años siguientes, y sus ejércitos chocarían una y otra vez en la llanura de Kawanakajima, en la frontera entre ambos dominios.
Pero nuestro hombre hizo más cosas que pelearse con Shingen. Se pasó media vida guerreando con otros clanes, y llegó incluso a darle sopas con onda a las tropas de Oda Nobunaga. Por su fiereza en el campo de batalla, a Kenshin lo apodaban el Hijo de Hachiman(el dios de la guerra), y es innegable que fue uno de los mejores comandantes de la era Sengoku. La imagen que ha quedado de Kenshin para la posteridad es la del perfecto caballero, un samurái fiel al shogunato y al emperador, que lucha para mantener el orden en estos tiempos de caos. Además, para rizar el rizo, era un budista devoto, un hombre pío hasta el punto de tomar los hábitos y ordenarse sacerdote. Todo un ejemplo de nobleza. Pero, si atendemos a los hechos puros y duros, vemos que en realidad Uesugi Kenshin actuaba más por interés propio que por lealtad hacia nadie. Como el resto de daimyo de su época.
Con todo, Kenshin sí que era un tipo con un fuerte sentido del honor. Como muestra, por ejemplo, tenemos la siguiente anécdota, seguramente apócrifa, pero que nos da una idea de su peculiar personalidad. Cuentan que, al enterarse de la muerte de Takeda Shingen, ese que sería su gran rival, con quien se había enfrentado tantas veces en batalla, Kenshin no pudo reprimir una lágrima. “Es una lástima que el mundo se vea privado de tan gran general”, dicen que dijo, y decretó tres días de luto en sus dominios. Además, prohibió taxativamente a sus generales iniciar ninguna campaña contra los Takeda aprovechándose de la situación. Todo un caballero.
Takeda Shingen, el Tigre de Kai
Takeda Shingen (1521 – 1573) es el otro gran protagonista de nuestra historia. Era el primogénito del señor de Kai, en el centro de Japón, uno de tantos daimyo de la era Sengoku que se pasaron la vida guerreando contra sus vecinos. Al crecer, su hijo haría tres cuartos de lo mismo, pero con bastante mas éxito que su padre. Sus comienzos tampoco fueron fáciles, pues su señor padre lo tenía apartado de la línea de sucesión. Y eso que, al parecer, el joven Shingen era un genio de la guerra. Cuenta la leyenda que, en su primera batalla, logró tomar un castillo enemigo mediante una ingeniosa táctica: después de un breve asedio, fingió retirarse con sus hombres en medio de una copiosa nevada. Acto seguido, reorganizó sus líneas y volvió a caer sobre la plaza fuerte, cogiendo a los defensores por sorpresa. Estaba claro que el chaval tenía madera.
Y no tardó en volver a demostrarlo. Seguía siendo un mozalbete cuando se levantó en armas contra su padre y su hermano, los derrotó en batalla y se hizo con el poder en Kai, el feudo que por derecho le correspondía. Con la provincia bajo su control, Takeda Shingen puso sus ojos en el siguiente objetivo: la vecina región de Shinano. Aunque la resistencia iba a ser más dura de lo esperado y los caudillos locales combatieron con tremenda fiereza, no podían detener eternamente el avance de la poderosa maquinaria de guerra de los Takeda. Desbordados, los daimyo del lugar buscaron la ayuda de Uesugi Kenshin, y eso daría lugar a la legendaria serie de batallas de la que vamos a hablar.
Pero antes de meternos en harina, hay que terminar con nuestro retrato del señor de los Takeda. La imagen que ha dejado para la posteridad no es tan romántica como la de su eterno rival. Pese a vestir también los hábitos budistas, Shingen era poco amigo de renunciar a los placeres carnales. También tenía fama de cruel, como demostró al echar del trono a su propio padre y condenarlo al exilio. O cuando mandó decapitar a un señor enemigo, traicionando un acuerdo de paz previo para acto seguido casarse por la fuerza con su hija, que a la sazón era su sobrina. O cuando mandó quitar de en medio a su hijo Yoshinobu, primero confinándolo en un templo y después ordenándole hacerse el seppuku, por sospechar una posible traición. Pero, siendo justos, ese tipo de cosas eran moneda corriente en el Japón de la era Sengoku. Shingen no era más que un hombre de su tiempo.
Aunque tampoco le faltaban buenas cualidades, y no solo en el campo de batalla. Además de un excelente general, Shingen era el paradigma del gran gobernante. Su habilidad como administrador era muy notable, y supo hacer que las tierras de Kai fueran de las más ricas de Japón. La construcción de la presa del río Fuji y los sistemas de canalización y alcantarillado que instaló en la capital de Kai son logros sin precedentes en el Japón del siglo XVI. A Shingen se lo recuerda por ser un soberano sabio y justo, pionero incluso en temas fiscales, pues cobraba impuestos a todos sus súbditos por igual, ya fueran monjes, samuráis o plebeyos. Shingen, orgulloso de su poder, se jactaba de que su castillo no necesitaba murallas, pues las montañas de Kai y sus gentes eran la mejor defensa.
Las cinco batallas de Kawanakajima
Takeda Shingen y Uesugi Kenshin, dos titanes de la era Sengoku que estaban destinados a enfrentarse en repetidas ocasiones. Porque, como hemos apuntado, las respectivas esferas de influencia de ambos clanes confluían en esa especie de patio trasero que era Shinano. La provincia de Shinano (en la actual prefectura de Nagano) era una especie de estado tapón, un colchón entre las tierras de los Takeda y los Uesugi. Si caía en manos de los Takeda, Kenshin tendría a los ejércitos de Shingen en las mismas puertas de su casa. Y el lugar en el que se iban a cruzar los aceros era Kawanakajima, llanura en la que convergen los ríos Sai y Chikuma, en el Norte de la provincia de Shinano. A tiro de piedra de la frontera con las tierras de los Uesugi.
La primera vez que los ejércitos chocaron fue en 1553. No fue más que una escaramuza, en la que tanto Shingen como Kenshin se condujeron con extrema cautela. Ambos tenían una merecida fama de astutos estrategas, así que prefirieron arriesgar lo mínimo. Tras una breve toma de contacto, se retiraron a sus respectivos cuarteles de invierno. Aquella no sería más que la primera de una serie de batallas en el mismo lugar. Los Takeda y los Uesugi volverían a verse las caras en Kawanakajima otras cuatro veces más, en 1555, 1557, 1561 y 1564. Cinco batallas en total, y hay historiadores que hablan incluso de algunas más.
Ninguna de estas campañas fue decisiva para el curso de la guerra, pero hubo una que acabaría siendo especialmente legendaria. Un choque que quedaría para los anales de la historia como el epítome de batalla samurái en la era Sengoku, y que le valdría a Takeda Shingen y a Uesugi Kenshin su fama de comandantes legendarios. Hablamos del cuarto de estos envites, el que enfrentó a 20,000 samuráis de Takeda contra 13,000 de Uesugi. La Cuarta Batalla de Kawanakajima, la batalla por antonomasia.
Una partida de ajedrez entre dos comandantes geniales
El juego de tronos de la era Sengoku se jugaba tanto en cortes y palacios como en el campo de batalla. Shingen y Kenshin, jugadores consumados, se desenvolvían con igual soltura en ambas vertientes, pero en esta ocasión la partida tendría que resolverse por la vía de las armas. El choque en sí tuvo lugar el 18 de octubre de 1561, pero en realidad no fue sino el clímax de una campaña que había empezado semanas antes. Aprovechando que Kenshin estaba ausente, guerreando en la zona de Kanto (cerca de la actual Tokyo) contra el clan Hojo, Shingen avanzó una vez más hacia el Norte de Shinano. Su eterno rival no tardó darse cuenta de la jugada y acudió a toda prisa para pararle los pies. Siguiendo con la tradición, las dos huestes se encontraron en Kawanakajima. Pero esta vez la batalla iba a ser de una escala nunca vista hasta entonces.
Primer movimiento: Kenshin toma posiciones
La avanzadilla de los Takeda había ocupado varias fortalezas en la zona. Entre ellas estaba la de Kaizu, que iba a ser de vital importancia en la campaña, pues era la base desde la cual los Takeda podían moverse a placer por toda Kawanakajima. Kenshin sabía que ese fuerte era una gran amenza, y se dispuso a neutralizarlo. Tras dejar un retén de 5,000 hombres protegiendo su retaguardia, tomó posiciones con el grueso de sus tropas (13,000 efectivos) en una colina cercana, el monte Saijo. Desde allí podía controlar el fuerte de Kaizu y todo el territorio circundante, con lo que ponía a los Takeda en jaque. Fortificó el perímetro, se atrincheró en la colina, y aguardó pacientemente a que el enemigo moviera pieza. Ambos ejércitos estaban frente a frente, y ninguno de los dos tenía intención alguna de moverse y perder su ventajosa posición.
Segundo movimiento: Shingen llega con refuerzos
Takeda Shingen no tardó en presentarse en el lugar con el grueso de sus huestes, y eso iba a romper el equilibrio del frente. A la cabeza de un contingente de 16,000 hombres, maniobró para colocarse de manera que cortaba a los Uesugi la ruta de escape hacia Echigo, su provincia natal. Con Shingen amenazando su retaguardia y la fortaleza de Kaizu justo en frente, Kenshin y los suyos estaban atrapados. Pero el hijo del dios de la guerra no parecía preocupado. Su posición en la colina de Saijo era lo bastante sólida como para aguantar lo que le echaran. Y sabía que Shingen no se atrevería a atacar.
Tercer movimiento: Shingen mueve pieza
Durante varios días, ninguno de los dos movió pieza. Ambos se limitaron a aguardar a que el otro diera un paso en falso. No había prisa; a estos genios de la táctica les bastaban un par de maniobras para desbaratar los planes del adversario. Al fin, Shingen se decidió a romper el equilibrio. Levantó el campamento y trasladó a sus hombres a la fortaleza de Kaizu, enlazando con su fuerza de vanguardia. Ahora todo el contingente Takeda estaba junto. Sumaban 20,000 hombres, listos para lanzarse en tromba contra las posiciones de los Uesugi en cualquier momento. Kenshin comprendió que su rival le acababa de tomar ventaja en la partida.
Jaque a Kenshin: la “estrategia del pájaro carpintero”
Pero el plan de Shingen no era, ni mucho menos, cargar colina arriba contra las trincheras enemigas. Tenía en mente una estrategia mucho más sofisticada, que ha quedado para la historia con el pintoresco nombre de “táctica del pájaro carpintero”. Un plan maestro para acabar con los Uesugi de un solo golpe. El plan era obra del estratega en jefe de los Takeda, Yamamoto Kansuke. Este Kansuke era una especie de Blas de Lezo del Japón feudal. Tuerto y cojo a causa de viejas heridas de guerra, llevaba años sirviendo fielmente a Shingen. Por entonces contaba cerca de 70 primaveras y, para culminar su larga carrera con un broche de oro, había pergeñado la estrategia perfecta para darle la victoria a su señor.
La idea era tan simple como efectiva: engañar a los Uesugi con un señuelo para después caer sobre ellos por la retaguardia. Atraparlos entre dos fuegos con un ataque en pinza. Al igual que el pájaro carpintero atrae a su presa con el tableteo de su pico sobre la corteza del árbol, y la atrapa en cuanto asoma la cabeza por el agujero, los Takeda pretendían atraer a los Uesugi hacia su propia destrucción. Al abrigo de la noche, Shingen tomaría 8,000 hombres y abandonaría el fuerte de Kaizu en completo silencio. Debía moverse en total sigilo hasta ocupar la vecina llanura de Hachimanbara, enfilando el flanco de Kenshin, y aguardar allí oculto. Entonces, los 12,000 hombres que quedaban en la fortaleza jugarían el papel de pájaro carpintero. Lanzarían el señuelo a los Uesugi en forma de ataque frontal sobre la colina de Saijo. Eso obligaría a los Uesugi a efectuar una retirada táctica, a descencer de la montaña. Y justo al otro lado, al pie de ladera, Shingen estaría esperándolos con sus samuráis emboscados. Los Uesugi, atrapados en un sándwich entre ambos contingentes, no tendrían escapatoria.
Quinto movimiento: la “formación de la grulla”
La élite del clan Takeda, con su famosa caballería al frente, acompañaba a Shingen en ese segundo contingente. Una vez en el punto convenido, Shingen desplegó a su ejército y lo dispuso en formación de ala de grulla. El nombre seguramente viene de los clásicos chinos, y era una formación ideal para envolver a un enemigo que avanza contra ti. Al parecer, el dibujo de las tropas sobre el terreno recordaba las alas de un ave en pleno vuelo. Shingen plantó sus estandartes en el corazón de esa gran grulla y estableció allí su centro de mando, repartiendo órdenes e instrucciones aquí y allá. La trampa estaba lista, y solo quedaba esperar a que los Uesugi bajaran de la colina para caer de cabeza en ella.
Sexto movimiento: la finta de Kenshin
Pero algo andaba mal. Por más que esperaban y esperaban los Takeda, la presa no aparecía por ningún lado. El astuto Uesugi Kenshin se había olido la tostada. Sus exploradores le habían avisado de movimientos sospechosos en el campo enemigo, y el líder de los Uesugi, adivinando al instante las intenciones de su rival, planeó un contraataque genial. Aprovechando también el abrigo de la noche, abandonó su posición en el monte Saijo y sacó de allí a todos sus hombres, guiándolos por estrechos senderos de cabras. Todo ello en cuestión de horas, y delante de las mismas narices de su enemigo. Para no hacer ningún ruido, dio orden de envolver con trapos los cascos de los caballos. Sus 13,000 hombres se esfumaron literalmente del monte Saijo como por arte de magia, y los Takeda no sospechaban nada.
Shingen hubiera podido darse cuenta de esta maniobra si hubiese puesto a trabajar a sus exploradores como Buda manda, pero suponemos que no quiso correr el riesgo de delatar su propia posición. Se limitó a esperar a que Kenshin viniera dócilmente a caer en la trampa. Pero al despuntar el alba, en vez de ver a los Uesugi bajando a trompicones ladera abajo, como habían planeado, se encontraron con una situación muy distinta. Vieron aparecer a los Uesugi, sí, pero se los encontraron cargando en tromba sobre su propio flanco. El cazador cazado: era Kenshin quien había pillado por sorpresa a Shingen.
Séptimo movimiento: la formación de “rueda de molino”
Los jinetes de la vanguardia de Kenshin, cabalgando entre la bruma de la mañana, parecían como salidos de la nada. El asalto contra las filas de Shingen fue brutal, y el propio hermano de Shingen, Takeda Nobushige, cayó en ese primer choque. Para contrarrestar la formación de ala de grulla de los Takeda, Kenshin desplegó a los suyos en formación de “rueda de molino”. Mucho se ha especulado sobre cómo era exactamente esta formación, pero lo más probable es que fuera simplemente una manera de ir rotando los efectivos, de manera que una unidad se retirara de primera línea para ser inmediatamente reemplazada por otra, y así sucesivamente. Como una gran rueda dentada, erizada de lanzas y espadas, girando sin parar.
La carnicería fue terrible. Las sucesivas cargas de los Uesugi se cobraban bajas a decenas en las filas Takeda, pero la línea no terminaba de romperse. Shingen, en mitad de todo aquel caos, se las arreglaba para para mantener juntos a los suyos. Los samuráis de Takeda estaban aguantando como auténticos diablos. Las crónicas de la época, como el famoso Koyo Gunkandel clan Takeda, nos describen la crudeza de la lucha sin cuartel que estaba teniendo lugar:
… amigos y enemigos, todos mezclados, se vieron arrastrados a un gran tumulto en el que tan pronto acuchillaban como eran acuchillados, alanceaban y eran alanceados, forcejeaban unos con otros, asiéndose las hombreras de las armaduras, y caían derribados al suelo. Cuando uno lograba hacerse con la cabeza de un enemigo y la alzaba orgulloso al aire, otro le espetaba “¡esa es la cabeza de mi señor!”, para acto seguido ensartarlo con su lanza y después caer abatido por la espada de un tercero.
Doble jaque: el Tigre y el Dragón, cara a cara
Tras varias horas de masacre la jornada estaba llegando a su punto álgido. Ambas huestes estaban dejándose el alma en el campo de batalla, en busca del jaque mate que terminara de una vez con la partida. Y entonces, según la leyenda, tuvo lugar uno de los episodios más celebrados de toda la Historia japonesa. El duelo cara a cara de Takeda Shingen contra Uesgugi Kenshin, en mitad del fragor de la batalla.
Las crónicas describen este encuentro con las habituales dosis de épica. Montado en un caballo blanco y escoltado por un puñado de valientes, un jinete surgió como una exhalación de entre el tumulto y se abrió paso a la velocidad del rayo entre las filas Takeda, directo al puesto de mando de Shingen. Iba tocado con una capucha al estilo budista, como la que Uesugi Kenshin llevaba siempre al combate. Nadie tuvo tiempo siquiera de detenerlo. Shingen, sin poder siquiera sacar su espada, apenas sí acertó a levantarse de su escabel de campaña y enfrentarse al atacante con lo único que tenía a mano: su abanico de guerra. Todo sucedió en cuestión de segundos. El jinete lanzó tres estocadas con su katana y Shingen se las arregló para pararlas al punto con su abanico. Hay que decir que estos abanicos solían estar hechos de acero, y los comandantes de la era Sengoku los usaban para hacer señales en el campo de batalla. Antes de que pudieran seguir con el combate, los edecanes de Shingen se abalanzaron sobre el jinete y este tuvo que darse a la fuga, perdiéndose de nuevo entre la multitud.
El dragón de Echigo y el tigre de Kai frente a frente, luchando a espadazo limpio como campeones de leyenda. Una escena de película. Ahora bien, no está nada claro que sucediera en realidad, ni que sus protagonistas fuesen Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. Para empezar, estos dos hombres no se habían visto cara a cara nunca en su vida, así que es muy posible que no supieran reconocerse. Muchos generales del bando Uesugi profesaban los mismos votos que su señor y llevaban el mismo tipo de capucha monacal, así que el atacante podría haber sido cualquiera de ellos. Además, para añadir misterio al asunto, hay documentos que sugieren que el osado jinete no era Kenshin, sino uno de sus kagemusha, sus dobles de batalla. Era costumbre habitual de los daimyo de la época utilizar dobles, y de hecho se especula con que quien estaba en el puesto de mando tampoco fuera Shingen, sino su respectivo doble kagemusha. Llevando la misma armadura de su señor, con un yelmo o una capucha cubriéndoles parte de la cara y en mitad del caos de la batalla, ¿quién podría percatarse del cambiazo? En cualquier caso, solo Kenshin y Shingen saben lo que pasó aquel día en Kawanakajima.
Noveno movimiento: la última carga de Yamamoto Kansuke
El gran drama de Kawanakajima se acercaba al fin al momento culminante. Ni Takeda ni Uesugi lograban imponerse al enemigo. El ala de grulla seguía conteniendo el avance de la rueda de molino. Todo parecía apuntar que la partida iba a quedar de nuevo en tablas.
La épica muerte de Yamamoto Kansuke es otro de las escenas memorables de la batalla. El viejo estratega de los Takeda, al ver que su plan se había ido al garete y estaba a punto de llevar a su clan a la derrota total, decidió hacerse cargo de la situación del único modo que un samurái del s. XVI podía concebir. Cargando sobre sus hombros con toda la responsabilidad del desastre, agarró por banda una pica y se lanzó en solitario contra el grueso del ejército Uesugi, dispuesto a llevarse con él al infierno a cuantos samuráis enemigos pudiera. Cuentan que, antes de caer, entre flechas, lanzadas y corchazos de arcabuz, tenía nada menos que 80 heridas en todo el cuerpo. Hecho un verdadero acerico humano, haciendo caso omiso de su edad, su ojo tuerto y su cojera, el anciano exhaló su último aliento peleando hasta el final. Hipérboles y licencias artísticas aparte, nadie puede negar que Yamamoto Kansuke tuvo la muerte soñada por cualquier samurái.
Décimo movimiento: la sorpresa final
Las bajas en ambos bandos eran cada vez más sustanciales. Muchos generales de alto rango cayeron ese día en Kawanakajima. Pero la línea de los Takeda no cedía. La rueda de Kenshin no podía con el ala de grulla de Shingen. Y entonces, el destino de la batalla volvió a virar una vez más. El contingente Takeda que originalmente tenía que atacar el monte Saijo para echar a los Uesugi ladera abajo había cumplido con su parte del plan, pero al llegar se habían encontrado con que no había enemigo al que atacar. Kenshin solo había dejado unos cuantos estandartes a modo de señuelo.
Al mediar la mañana esos 12,000 samuráis estaban allí, en la cima del monte Saijo, frescos y listos para entrar en batalla. Ahora les tocaba a los Takeda bajar la ladera a toda prisa, para auxiliar al grueso de sus tropas. Y eso es justo lo que hicieron. Las cosas habían sucedido justo al revés de lo previsto, pero el orden de los factores no altera el resultado. Y ese resultado era exactamente el mismo que el estratega Yamamoto Kansuke había planeado. Los Uesugi iban a quedar atrapados entre dos fuegos, con Shingen y su ala de grulla al frente y la fuerza señuelo del monte Saijo cayéndole sobre su retaguardia. Póstumamente, el plan del viejo estratega había acabado siendo un éxito.
La partida queda en tablas
Acosados por ambos flancos, los Uesugi no pudieron resistir mucho más. Las tornas habían cambiado por enésima vez, y ahora era Shingen quien tenía la mano ganadora. Entrado el mediodía, la línea de los Uesugi terminó por hundirse. Kenshin reorganizó como pudo los restos de su ejército y tocó retirada. Lo que apenas una hora antes era una derrota segura para los Takeda se había trocado en una victoria. Pírrica, pero victoria a fin de cuentas. Los Takeda estaban tan extenuados que Shingen no dio siquiera orden de perseguir al enemigo. Era difícil decir quién de los dos clanes había quedado más maltrecho. Ambos estaban destrozados.
Kenshin y Shingen volvieron a sus respectivos cuarteles para lamerse las heridas. Hicieron el típico recuento de cabezas (se dice que los Takeda cortaron más de 3,000) y los dos se atribuyeron la victoria en la batalla. Pero en realidad estaba claro que ahí no había ganado nadie. Días después Kenshin se retiró con sus hombres a su Echigo natal. Shingen tampoco quiso seguir avanzando y se volvió con los suyos a Kai. Una vez más, la cosa quedaba en tablas. Por cuarta vez, Kawanakajima no había resuelto nada.
Una batalla poco decisiva
Pero, a diferencia de las batallas anteriores, esta vez la carnicería había sido horrorosa. Algunas fuentes hablan de un 72% de bajas para los Uesugi y un 62% para los Takeda, una auténtica salvajada. Otras estimaciones, más conservadoras, dan en torno a un 30% de bajas para ambos bandos, lo cual sigue siendo una barbaridad. Con todo, hay que tomar estas cifras con cautela. Hay incluso quien duda de que la cuarta Kawanakajima fuese un asunto tan sangriento como tradicionalmente se cree. De hecho, tanto Shingen como Kenshin siguieron con sus campañas en los años siguientes, e incluso volvieron a chocar por quinta vez en el mismo lugar pocos años después. No parece, pues, que las pérdidas fuesen irrecuperables para ninguno de los dos.
Lo que sí es cierto es que esos años perdidos en luchar el uno contra el otro impidieron a Shingen y a Kenshin alcanzar metas más elevadas a escala nacional. Quién sabe lo que hubieran podido hacer estos dos colosos si no hubiesen estado tantos años empantanados en el tira y afloja de Kawanakajima. Pero esta rivalidad legendaria es también lo que les ha permitido quedar en el recuerdo y seguir siendo, aún hoy, dos de las figuras más queridas de toda la Historia de Japón. No puede entenderse a Takeda Shingen sin la figura de Uesugi Kenshin, y viceversa.
Como broche final, no nos resistimos a contar otra anécdota famosa que, aunque sin duda es también apócrifa, nos habla del carácter de estos dos hombres y su peculiar relación. Cuenta la leyenda que, a modo de sanción económica, un clan enemigo había cortado a los Takeda el suministro de sal, y Shingen se enfrentaba a un serio problema de escasez en sus tierras. Al enterarse, Uesugi Kenshin envió a su enemigo un cargamento entero de sal sacado de sus propios almacenes, criticando abiertamente la villanía de ese clan enemigo. Para él, las diferencias debían solventarse en el campo de batalla y no con ese tipo de subterfugios. De ahí viene el proverbio japonés “ofrecer sal al enemigo”, que se usa para alabar a aquel que no duda en echarle una mano a su rival cuando está en problemas. Y es que, aún en plena era Sengoku, para estos dos hombres la guerra era todavía un asunto caballeresco. Rivales, sí, pero nunca enemigos.
Fuentes e imágenes
- AA.VV. (1991); The Cambridge History of Japan, Vol. 4
- AA. VV. (1999); Rekishi Gunzo Series #6: FuuRinKaZan
- Conlan, T. D. (2009); Armas y técnicas bélicas del samurái
- Darling, D. (2000); Uesugi Kenshin, a study of the military career of a sixteenth century warlord (tesis doctoral, Univ. de Copenhage)
- Narumoto, T. (1998); Sengoku Busho Omoshiro Jiten
- Sato, H. (2012); Legends of the Samurai
- Turnbull, S. (2003); Kawanakajima 1553-1564: Samurai Power Struggle
- Yoshida, T. (editor) (2005); Koyo Gunkan
- www.samurai-archives.com
- www.theshogunshouse.com
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